Cuando un país decide ir a la guerra, antes que nada, tiene que convencer de ello a su pueblo y ganarse su apoyo. Esto suele lograrse mediante la demonización de un rasgo nacional o de un personaje importante. Tiene que haber cierta sensación de amenaza creciente. Una vez que se ha puesto ese proceso en marcha, los que ocupan el poder pueden ponerse cómodos, alimentar la propaganda y observar como el fervor popular sube hasta que la gente exige que se tomen medidas. En tu mundo afectivo ya has tomado una decisión. Al fin tu mente está a la par. Es hora de hacer algo.