De vez en cuando hacemos algo que lamentamos. O, mejor dicho, hacemos algo que, aunque no lo lamentemos, nos resulta difícil justificarlo. O hacemos algo de lo que estamos inmensamente orgullosos y de lo que, por algún truco del destino o de las circunstancias, somos incapaces de llevarnos el mérito. Y algunas veces, para ocultar un error anterior, simplemente tenemos que quedarnos sentados y fingir que no hemos hecho nada de nada y que todo está marchando sin problemas. Con la fuerza que te da la superluna del equinoccio, puedes esperar reconocimiento por el trabajo que has realizado.