Una de las alegrías de la lectura es que nos identificamos con los personajes. Los entendemos. Simpatizamos con sus problemas e invertimos en sus dramas. Además, es mucho más fácil llevarse bien con la gente de ficción que con la de verdad. Nuestra vida está tan entrelazada con la vida de la gente que nos rodea que sabemos demasiado de ellos. Bueno, es lo que creemos. Pero sabes menos de cierta persona de lo que piensas. Y ella sabe menos de ti. Lo cual, por el momento, es realmente perfecto.