El dicho “el que no arriesga no gana” no habría sobrevivido tanto tiempo si no hubiera en él al menos un gramo de verdad. Por supuesto que hay cosas que no deberíamos jugarnos nunca. El dinero, por ejemplo. No deberíamos apostar más de lo que estamos dispuestos a perder. Sin embargo, es más difícil evaluar los riesgos emocionales. No conocemos nuestros límites hasta que nos damos cuenta de que los hemos sobrepasado más de lo que nos imaginábamos que podríamos. ¿Hasta dónde puedes permitirte el lujo de llevar las cosas este fin de semana?