En muy raras ocasiones las cosas están demasiado rotas para ser reparadas. Lo que pasa es que llega un momento en el que no podemos encontrar la motivación necesaria para arreglarlas. Decimos que no vale la pena el gasto de energía o el precio. A veces esto no es más que una excusa conveniente para, sin sentirnos culpables, deshacernos de la versión vieja y maltratada y cambiarla por una nueva. El problema surge cuando metemos en el mismo saco a todas las cosas rotas y estropeadas. Este fin de semana no pierdas de vista el hecho de que algunas cosas son realmente irremplazables.