Sabemos que no tiene sentido lamentarnos. Sólo es posible lamentar adecuadamente una acción cuando ha quedado demostrado que ha fracasado en todos los sentidos concebibles. Que, sea por casualidad o a propósito, no ha conducido a ningún beneficio para nadie. Por supuesto que es natural que nos sintamos mal por algo que tal vez no haya ido particularmente bien; pero permitir que esto domine nuestros pensamientos es, en el mejor de los casos, inútil y, en el peor, debilitante. Hoy no te sientas mal por algo que es bien posible que acabe haciéndote algún bien.