Cuando alguien hace daño, falta al respeto o molesta a los demás, casi nunca lo hace a propósito. Por lo general no entiende lo desagradables que son sus acciones. Sin embargo, la persona que recibe el fruto de sus actividades casi no puede creerse que no sean el resultado de una decisión cruel y deliberada. Las víctimas se preguntan cómo es posible que estuvieran tan ciegas. Y los autores no pueden comprender por qué los están culpando. Jugar hoy a echarse las culpas no ayudará a nadie. Pero buscar la paz desde luego que lo hará.